Plenitud
Avanzamos por la vida
gracias a la plenitud
que tienen algunos de nuestros actos y vivencias.
Plenitud que se asemeja
a la sensación de lo sagrado,
a sentir al Mesías
que se cuela
por una hendija de nuestra Historia.
Se siente que lo que ocurre
está fuera de lo inteligible.
Un abrazo con papá,
un piquito de despedida,
un sol dando los buenos días,
son plenitudes a destiempo,
refranes que se desmitifican.
Pero, Vitruvio, esa plenitud
solo se valora en tiempos
de nube gris posada
sobre el cráneo.
El alma actual
—aquello que de primeras
nunca se enseña—
tiene que esconderse
bajo un usuario y contraseña,
bajo ideales, perfume y gracietas.
Se abre en soledad íntima
o ante preciosas amistades
de ojos sencillos.
Si acaso el alma se abriese
a sus semejantes con transigencia,
estaríamos más unidos
a todo,
amaríamos todo
—ese árbol, el sol, esa patata—
a modo de benevolencia flamante:
el verdadero y más absoluto amor.
Es entonces cuando la plenitud
sería el orgasmo de la vida,
vida que seguiría siendo
dolor, aprendizaje y pasión
pero conscientes nosotros
de la hendija por la que
nos visita un tal Mesías.
- Walter Benjamin -filósofo alemán del siglo XX- tenía la teoría de que el Mesías no va a venir al final de la Historia para salvarnos sino que en determinadas ocasiones “se cuela” en nuestras vidas en determinados momentos muy especiales.